Wednesday, October 29, 2008

De estilo y voz

A Macarena, mi enamorada, no le gusta como escribo. Dice que, cuando lo hago, sueno pomposo y rebuscado, pedante incluso. Que no soy el mismo que la hace reír con chistes idiotas y repetitivos. Que no escribo como hablo.
Lo que me llevó a pensar, primero, si debería hacerlo. Y, luego, si era posible hacerlo.
Escribir como hablo, esto es.
Una de las características más celebradas de la narrativa del siglo XX ha sido el paulatino paso de un narrador “lejano” a uno “cercano”, desde el punto de vista de la voz narrativa. Por “lejano” me refiero al que hace uso de un lenguaje literario para contar la historia. “Cercano”, por contraposición, sería el que la cuenta con un lenguaje coloquial, como si se lo estuviera contando a alguien en un bar, o en una sesión de psicoterapia. Y no me refiero solamente al narrador-testigo, también el narrador propiamente dicho, el que cuenta en tercera persona, ha venido, poco a poco, tomando los giros y modismos del habla hablada, valga la redundancia.
Pues bien, me niego. Yo no quiero escribir como hablo. No quiero trabarme y hablar enredado, ni quiero quedarme callado porque no sé que decir, o que palabra debo usar para expresar la idea. Escribir me permite tomarme todo el tiempo del mundo para redondear la forma con la que quiero expresar el fondo. Y quiero aprovecharlo.
Además, estoy convencido de que nadie puede escribir como habla. Hasta el narrador más patero, más de esquina, o el narrador que pretende ser el mismo escritor (y aquí no hablo de “narradores que se llaman como el escritor”, sino de autobiografías, por ejemplo), es una invención del escritor, es otro ente, otra cosa. Que hayan decidido que el estilo sea ese es diferente a decir que “escriben como hablan”.
Bryce Echenique, por ejemplo, es un escritor al que siempre se le ha celebrado su narración coloquial. No sólo eso, sino que, en varias ocasiones, comenta que el punto determinante en sus primeros años como escritor fue cuando un amigo le dijo, mientras tomaban en un bar, que “escribiera como hablaba, que contara en el papel como lo estaba haciendo en ese momento”.
Bryce Echenique tiene uno de los estilos más fácilmente reconocibles, entre los que he leído. Aún recuerdo haber caminado por la playa, en mi adolescencia, luego de leer “Un mundo para Julius”, o “La vida exagerada de Martín Romaña”, o “El huerto de mi amada”, y encontrarme con que mis pensamientos tenían un ritmo, una musicalidad, que quería acercarse a la de los narradores bryceanos.
Pero Bryce Echenique, el verdadero, no habla así. Bryce Echenique no habla. Balbucea.
Es por eso que me gusta escribir así, que trato de escribir así. El yo que escribe es diferente al yo que chatea, y al yo que habla. No sé si es mejor o peor. Pero es otro ente. Otra cosa.

Saturday, October 25, 2008

Vamos a poner un poco de color

Entre las canciones del año pasado, hay una a la que le tengo especial cariño. La canción está mal grabada, descordinan mucho, y usan el instrumento que más odio en el mundo (la armónica – pero, bueno, The Smiths también la usaron). Pero es perfecta.

Y es perfecta porque es sincera. Que es algo que, en el indie pre-Strokes, había mucho más: la capacidad para decir cosas que no sonaran a impostación obligada pensada para una audiencia. De decir cosas como:

If the sun going down
can make me cry
why should I not
like the way I am?

Con la total tranquilidad de estar escribiendo porque eso es lo que te da la gana de escribir. Sin que te importe si eres un marica, o un aniñado, o lo que sea.

Por eso me gusta Aerosol.

Por eso, y porque tiene la mejor frase del mundo:

La la la rutina
me tiene podrida

Ahora Las Doñas ya no existen. Espero que, sea lo que sea que vayan a hacer en el futuro, lo hagan con el mismo espíritu. Nada más.

Las Doñas - Aerosol

Wednesday, October 22, 2008

De ciudades

Hace poco estuve en Piura, la ciudad donde crecí.

Con Piura guardo una relación de amor/odio: me parece una de las ciudades más feas que he visto, en gran medida por culpa de (y aquí seré el típico quejón) las autoridades que permiten que las calles tengan huecos dignos de un bombardeo y que la ribera del río esté llena de bolsas plásticas. Pero también por la falta de un plan estructurado para el crecimiento de la ciudad: es una ciudad sin ningún tipo de identidad arquitectónica o urbanística. Casi una ciudad porque sí.

Aún así, cuando recorría los últimos kilómetros de desierto, mientras miraba, desde la ventana del ómnibus (uno de mis lugares favoritos para ver el mundo), las manchas de algarrobos y los pequeños caseríos cercanos a la ciudad, sentía que, en alguna forma, la tranquilidad y serenidad que, al menos en el Perú, están asociados a la ciudad, eran algo real, y no un lugar común.
¿Existe un espíritu de ciudad? ¿Algo que va más allá de nosotros, que está definido por quienes vivieron antes, y que definirá a quienes vivirán después allí?
Según Italo Calvino, sí. Hoy venía leyendo, en el bus al trabajo, "Las Ciudades Invisibles", donde habla de ciudades imaginarias, y sus esencias. Y me acordé de Piura.
Y me acordé, también, de Ourense, en Galicia, con sus puentes a diferentes niveles, y sus pequeños bares donde tomamos vino cuando ya ibamos borrachos, y sus montañas y su río. A veces son las ciudades que no planeabas visitar las que más se te quedan grabadas.

Tuesday, October 21, 2008

La Storia

Odio a las escritoras que escriben como mujeres.

Que cuentan cómo son una con la naturaleza, como sus cuerpos son extraordinariamente sexuales (y lo restriegan en la cara, con un ímpetu que hace pensar que en realidad están enmascarando algo), como la comida y los fantasmas y su sensibilidad única las hace tan especiales, tan diferentes a esos machos cabríos oligofrénicos con quienes no tienen más remedio que copular para perpetuar la especie.

Por eso me gusta Elsa Morante en La Storia.

Porque su personaje principal, Ida, está quebrada, desde el inicio, llena de temores y actitudes que la hacen muchísimo más humana y real que cualquier Tita de la Garza que pueda aparecer por ahí.

Porque sus personajes masculinos no son sólo avatares de la porquería varonil, sino seres humanos imperfectos, peligrosos y ciertos.

Porque no escribe como mujer, ni como hombre. Escribe como Novelista.