Si hay algo por lo que nunca me interese en mi vida, y por lo que en realidad nunca pensé que llegaría a interesarme, es por la arquitectura. El cine, otra de mis grandes lagunas, es siempre una posibilidad latente, siempre un interés más teórico que práctico que la manera en que la literatura, la música, la historia y la pintura llenan mi vida ha impedido su concreción.
Por la arquitectura no me interesé mucho nunca. Cuando, entre los 11 y los 14 años, leí los volúmenes de historia de la Enciclopedia Temática heredada de mi madre, solía saltarme las partes de historia de la arquitectura, la descripción de los templos griegos y de los castillos medievales y de las fortalezas persas y sumerias. Simplemente no llegaban a interesarme.
Sin embargo, el hecho de que mi vida se haya llenado, desde hace un año cuando mi enamorada empezó a estudiar arquitectura, y aún más ahora, cuando en la residencia el 60% estudia dicha carrera, de futuros arquitectos, ha ocasionado que, inevitablemente, me interese por la materia.
Así que le pedí a mi amiga Raquel que me prestara su libro del curso de Historia de la Arquitectura en la primera mitad del siglo XX, y me puse a hojearlo. Empieza en el que es, posiblemente, mi momento favorito de la historia del arte: el Modernismo. La aparición casi simultánea de personas dispuestas a hacer algo completamente diferente a lo que se supone que es lo que deberían estar haciendo, de zurrarse soberanamente en todas las convenciones existentes y de desarrollar sus propios códigos, ya sea en pintura, poesía, narrativa o música, es algo que me apasiona.
En arquitectura, esta es la época de Lloyd Wright y Le Corbusier. Si bien ya anteriormente se habían desarrollado proyectos artísticos diferentes (el Modernismo catalán –que no es el mismo, pero se llama igual- con Gaudí a la cabeza, por ejemplo), la manera en que estos rompieron, si no he entendido mal, las convenciones de lo que debería ser la arquitectura (inclinándose por la funcionalidad como el aspecto más importante) marcó un antes y un después. Y es ese después de lo que se ocupa el libro.
Ahora bien, no puedo pretender saber si quiera lo básico de arquitectura con la sola lectura de un manual mal diagramado de un curso de 5 créditos de una universidad italiana, así que no trataré de explicar las diversas corrientes, ni mucho menos. Pero quiero comentar algunas ideas sobre el Post-Modernismo.
Surge, como su nombre lo dice, y al igual que en otras artes, como reacción a lo que postulaba el Modernismo. En el caso de la arquitectura, básicamente un regreso a la ornamentación y el cuidado estético formal que había sido dejado de lado por los ultrafuncionales Modernistas, a lo que además se agrega un gusto por la intertextualidad y la cita a la Historia. En teoría, nada que objetar.
Pero, como dice Homero Simpson, el comunismo también funciona en la teoría. Hay algo de los edificios postmodernos, al menos de los que he visto en ese manual, que hace que piense que están tomando la decisión correcta con el enfoque equivocado. Entiendo la necesidad de apropiarse de la Historia, incluso de reírse de ella. Entiendo, incluso me encanta, que se busquen llevar forma de comunicación populares (comic, radionovelas) al “High Art”. Pero lo que no entiendo es la burla gratuita, el privilegio del propio poder de decir lo que nos de la gana sobre lo que, según yo, debería ser el fin último de todo tipo de arte: la Belleza. No me refiero a una Belleza en el sentido de armonía: un edificio que rompa visualmente con el área que lo rodea me parece que puede ser incluso más hermoso que uno que aparentemente dialogue con ella, pero lo haga en medio de la burla y la falta de respeto.
Las columnas irónicas se las pueden meter por donde les quepan.
1 comment:
a mi siempre me intereso pero solo la arquitectura griega, hasta que vi las casas de gaudi y me enamore de esa ciudad y me interese por la arquitectura, pero fue (como tantas cosas en mi vida) emocion inicial y desinteres hasta ahora. chuchis
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